Cuando era chica tuve oportunidad de recibir postales de un tío que había viajado a Nueva York. Y de un primo de mi mamá que vivía en San Pablo y de toda la parentela italiana que nos mandaba periódicamente postales de su tierra. Sin saberlo, tuve la fortuna de guardar eso como una de las últimos actos de una práctica en franco peligro de extinción.
Para las generaciones más pequeñas que han crecido con todos los dispositivos electrónicos (los llamados nativos digitales) hablarles de postales debe sonar prehistórico. Tal vez no entiendan que en décadas no tan lejanas, cuando alguien partía de viaje solía enviar estas misivas postales que tenían la síntesis de un telegrama y el encanto de haber venido de lejos.
Los tiempos eran otros, recibirlas demoraba días, incluso semanas, incluso en Argentina llegaba el viajero antes que la misiva... (Nada parecido a la espontaneidad de la web) Y quien era el destinatario sentía la emoción inigualable de saber que tenía en su poder una joya pensada sólo para uno.
Este retazo de destino turístico formaba una pieza del rompecabezas más grande que era el itinerario de un amigo o un familiar en ruta, y se guardaba por siempre.
He tenido la dicha de poder vivir el intercambio epistolar entre mi abuela Ines y sus parientes italianos y debo confesar que la felicidad de ver una carta debajo de la puerta, abrir y encontrar la letra manuscrita de un amigo o un familiar es algo que no tiene comparación con recibir un email. Llámenme nostálgica, no me importa.
Algunos viajeros mandaban las postales más tradicionales (una imagen de la Torre Eiffel, del Coliseo, del Obelisco) y otros que buscaban las más kitsch u original para sorprender a sus amigos con lo inesperado. Escribir una postal tampoco era tarea fácil. Era tan chiquito el lugar al dorso que había que elegir muy bien qué contar.
Hoy existen otras formas de contar un viaje: redes sociales, subir fotos al Facebook, mandar un mail o un mensaje de texto. Instagram es otra forma moderna de mandar postales electrónicas. Ni hablar si encima tenes tu propio blog de viajes... . Pero créanme, no tiene la misma gracia.
Para quienes desconocen este mundo de postales les propongo que las busquen en algunos kioscos y librerías, y prueben enviar una y vean de qué se trata. Otra forma interesante de redescubrirlas es ir por los mercados de pulgas y hurgar en los cajones donde siempre suele haber postales antiguas (muy antiguas, de principios siglo xx incluso.) Ver esos papeles con letras tal vez un tanto borroneadas por el tiempo, amarillentas, pero que de alguna manera contienen un pedacito del pasado es algo cautivante (bueno, al menos para mi lo es!)
¿Alguno de ustedes sigue mandando postales? ¿O después de leer esta nota piensa hacer algo para impedir que la extinción de esta costumbre llegue inexorable? ¡Salven a las postales!
Que lindo !!! Como me gustan las postales !!! Yo suelo comprar las que venden en las librerias de los Museos y las guardo. Tengo del Museo del prado una cajita con unas 15 postales con las pinturas mas importantes y para mi esa cajita es de los mejores recuerdos que compre en mis viajes. Si, si, me uno: Salven a las postales !! ja, ja
ResponderEliminarQue lindo post! es cierto, ya me habia olvidado. En los ultimos viajes tengo la costumbre de mandarle postales a mi sobrino. Es lindo recibir al cartero con una carta del exterior! y poderla tocar! y la estampilla! Cuando era chica tenia penfriends. El cartero era un amigo y me decia... hoy te llego carta de Finlandia, hoy de Malta, venia al menos 3 veces por semana y yo salía corriendo al grito de ...Carterooooouuu. Que épocas, perdimos la costumbre de escribir en papel. Que costumbre tan linda. Besos Dulcinea
ResponderEliminar(Ayer te quise responder y mi dispositivo no me lo permitio..)
EliminarYo conocia a mi cartero !! Lo saludaba por la calle, le mandaba saludos a su familia para las fiestas... La desaparicion de las postales tambien se esta llevando a nuestro cartero !!!!
Desde mi adolescencia que envío cartas. Lo sigo haciendo con una amiga querida que vive en Italia. Y es tal como vos decís: nada se compara a la alegría de ver el relato en puño y letra del otro, del que conocemos tanto pero está tan lejos y a la vez, tan cerca.
ResponderEliminarSi! Ademas si es alguien que conoces, hasta por su letra podes intuir su estado de animo cuando la escribió...
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